Haz ruido con mi ataúd

Se le presenta como un poemario, y lo es, pero por una razón que desborda la forma. El título es toda una provocación: Haz ruido con mi ataúd. ¿Qué atmósferas acecharán en sus páginas?

Apenas uno se adentra en ellas, comienza el desconcierto. La etiqueta “poemario” acaso atiende la inevitable convención que necesitan los lectores para satisfacer cierta expectativa. Para entender el espíritu con el que se debe acometer. De inmediato el lector entiende que se trata de un maravilloso paseo por la inevitable costumbre humana de complejizar su naturaleza, gestando con ello una vasta galería de belleza y horror. Materiales que Manuel Llorens, con enorme agudeza y sensibilidad, aprovecha para hilvanar un breve y hermoso ensayo sobre algo que es, al mismo tiempo, artificio humano y expresión natural: el baile y la música, y sus necesarios opuestos: la rígida quietud de la muerte y el silencio que la acompaña.

Llorens se vale de diversas formas (la poesía, la historia, el ensayo, el aforismo, el registro psicológico) para invitarnos a pensar en algo tan ubicuo como ignorado por la aplastante costumbre: esa potente capacidad de la música de tomar nuestro ánimo y gobernar nuestro cuerpo.

La música (y con ella, la danza) es parte intrínseca de nuestra historia. Es emoción contenida en nociones abstractas e inasible: notas, cadencias, melodías. Es una magia que, sin presencia física, expresa el espíritu humano como ninguna otra invención humana. No en vano, Walter Pater sentenció que todas las artes aspiran a su condición, que es forma pura. Y Llorens, emulando esa condición del tema en cuestión, elude toda forma preconcebida para ofrecernos, de una manera tan compleja como amena, una reflexión sobre la música y su persistencia para residir en el recuerdo.

Al finalizar la lectura de Haz ruido con mi ataúd, se coincide, aun sin haberlo leído, con Benedetto Croce, cuando concluyó que los géneros son taxonomías útiles al estudio, pero ajenas a la creación. Y este título (como antes Terapia para El Emperador, del mismo autor) corrobora que la expresión literaria no debe preocuparse tanto en pertenecer a un género como en ofrecer una experiencia que comparta el deleite y la sensibilidad de observar al mundo que nos rodea con la atención que merece. Allí, finalmente, reside su condición de poemario: en proponer una mirada que, de tan asombrada ante lo que registra, es casi religiosa.

Como la poesía.

Y la música.

Haz ruido con mi ataúd (Oscar Todtmann Editores, 2025); de Manuel Llorens

(originalmente aparecido en Papel Literario, 9/08/2025).

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