Debo reconocerlo: no me considero un verdadero fanático del fútbol. Sé que esa confidencia, como preámbulo a la presentación de un libro que habla, precisamente, sobre fútbol, es poco alentadora. Espero al menos que sirva para tratar el tema con un mínimo de objetividad; ya que tampoco me ubico entre esos que menosprecian a aquellos que ponen en un juego toda la pasión que la mezquina cotidianidad niega y restringe. Mi posición está más cerca de los que, sin ser experto en estrategias ni alineaciones, no desconoce la belleza implícita en los afanes de ese ajedrez de gigantes, y hasta se deja entusiasmar cuando la refriega le aviva esa peligrosa ilusión que se esconde tras una bandera.
Lo que indica que no soy un total forastero del universo y el anecdotario del juego de las patadas y las carreras sobre el engramado. De hecho, aunque abomine de las anécdotas personales, considero pertinente narrar una que ilustra claramente cómo descubrí que fútbol y sociedad son parte de una misma cosa, que un inocente gesto habla de nosotros más que cientos de páginas de sesudos estudios sociológicos, o de cómo un libro sobre fútbol puede ofrecer curiosas claves acerca de lo que somos como colectivo.
El asunto ocurrió durante una reunión familiar. Alguien insistió en ver el juego Venezuela-Uruguay de los cuartos de final de la Copa América. Sentados en un cómodo sofá, lo único que sudaba en la sala eran las cervezas que refrescaban las peripecias de la vinotinto.
Mientras el juego estuvo favorable, el ánimo frente al televisor era festivo, optimista, incluso orgulloso. Pero apenas la primera situación adversa hizo su aparición, la confianza de la vinotinto rodó enzarzada en una andanada de errores que colocó al equipo en una situación patética. Uno de los presentes, notoriamente desmoronado, comentó con una mezcla de rencor y amargura, que “ese equipo sí se desmorona rápido”. Acentuando el silencio producido por el ambiente de derrota, comenté, casi sin darme cuenta, algo así como: “Si ya nos desanimamos aquí, que no estamos arriesgando nada, por qué vamos a esperar de ellos más temple, si están hechos del mismo metal que nosotros”.
Confieso entre nos que la lucidez demostrada ante un tema en el que soy bastante neófito no fue producto de un arranque de claridad celestial. Tampoco de una sobredosis mal digerida de los artículos semanales de Cristobal Guerra. Fue consecuencia de la lectura casual, entusiasta, curiosa, detenida, sorprendida, agradecida, de un libro. Un libro que promete hablar de fútbol pero que termina hablando de nosotros mismos, de nuestra identidad colectiva, y asoma luces (nada categóricas) sobre cómo revertir nuestra propensión a la derrota. Ese libro, como ya ustedes lo estarán sospechando, se llama Terapia para el Emperador, el cual espero que todos los presentes lean, disfruten, comenten y recomienden.
Ustedes se preguntarán, ¿exactamente, hacia dónde apunta la lectura de un libro con ese título tan extraño? ¿Qué se supone que voy a encontrar en él? Bien sé que los lectores, como lo aseguró Borges para contrariar a Croce, creen en los géneros en tanto originan expectativas en la lectura de los libros. Es decir, mientras ayuden a abordar el volumen que tenemos en las manos. ¿Se tratará, acaso, de un libro de autoayuda?, se preguntará entonces el lector. ¿O un tratado light de Psicología? ¿Quizá uno de esos best seller catalogado bajo la pomposa etiqueta de Gerencia? ¿O un volumen de crónicas acerca del fútbol local? Aunque en nada contribuya a resolver el dilema, debo decir que, con un poco de todas, Terapia para el Emperador no entra en ninguna de esas categorías. Heterodoxia nada sorprendente cuando descubrimos que su autor, Manuel Llorens, es un psicólogo clínico que trabaja con deportistas, pero también es un escritor exigente que ya ha sido merecedor del premio Paz Castillo de Poesía. ¿Acaso poesía y vida son conceptos ajenos el uno del otro?
Obviando entonces el esquivo asunto de los géneros, vale decir que hablar de equipos de fútbol es, de alguna forma, hablar de colectivos, de grupos humanos, de la vida en sociedad, en general.
Porque el fútbol puede ser la metáfora idónea para disertar acerca de la guerra cotidiana que es la vida. Una guerra cínica que finge desdeñar el esfuerzo ajeno pero que no da una segunda oportunidad al fracasado. Esa guerra diaria en la que, se triunfe o se pierda, siempre se podrá engendrar su contraparte. Todo dependerá de cómo manejemos a esos que Rudyard Kipling, sabiamente, denominó como dos grandes impostores: el éxito y el fracaso. O como señala el autor, citando a Joseph Campbell, “Cada uno de nosotros carga la prueba suprema, no en los momentos de las grandes victorias de su tribu, sino en los silencios de su desesperación personal”.
Respecto a lo peligroso que es ver a estos impostores desde un punto de vista maniqueo, el hoy maltratado por la fortuna Bryce Echenique, comentó (usando nuevamente al fútbol como metáfora) que el que mete un gol no ve “ni siquiera a la tribuna que grita enloquecida (…) No tiene ninguna capacidad de información en ese instante, pues está cegado”, mientras que el hombre que falla “se queda meditando. Ese silencio, esa soledad que produce el error, permite una visión, una revisión de lo hecho, de lo actuado y del mundo que nos rodea”. ¿Qué tan definitivamente triunfa el que triunfa y que tanto lo hace cuando pierde el derrotado? Vale revisar algunos conceptos que maneja Llorens en el libro.
Con un tono por momentos anecdótico, por momentos reflexivo, apoyándose por igual en citas literarias, en teoría psicológica o en historias de estrellas del mundo del deporte, dento de un ambiente de inteligente pero informal conversación con el lector, el autor va hilvanando un discurso en el que se pasea por algunos apuntes en torno a asuntos relacionados con el trabajo en equipo: los canales de comunicación, el liderazgo, el adecuado manejo de la esperanza, la capacidad de construir sueños, el ego hipertrofiado, el fracaso como elemento estabilizador de ese ego, para irnos ofreciendo, sin dogmas ni fórmulas mágicas, sus notas y conclusiones de diez años de trabajo como psicólogo de selecciones nacionales juveniles y de equipos profesionales de fútbol venezolano.
Este título que hoy nos reune no sólo es pionero en su género en nuestro país (si damos por descontado que contribuye a fundar un género). Es, también, una vara bastante alta para los autores que aborden temas similares. Pero es, básicamente, un oportuno y aclimatado aporte a la psicología del éxito y el trabajo en equipo, temas no sólo vírgenes sino insoslayables en una Venezuela necesitada de enfoques modernos (antes de que sigamos excavando en la historia) para abordar el asunto del esfuerzo colectivo, y el manejo de la adversidad.
Cierro esta invitación con un pasaje del libro que me gusta particularmente, y que reduce a su justa medida el tamaño de la gloria: Luego del triunfo de la selección nacional en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1998, en medio de la celebración, luego de una temporada dura, Llorens le pregunta a Lino Alonso, entrenador del equipo: “¿Y qué se hace ahora?”, a lo que éste le respondió: “Nada. Irte a dormir y saber que mañana vas a despertar como un pendejo más y tienes que volver a comenzar desde cero”. ¿Qué otra cosa, sino ese ciclo permanente, nos ofrece la vida?, agrego yo, luego de habe disfrutado de su lectura, y de considerarme un lector agradecido. Ojalá ustedes también puedan serlo.
Los invito a ello y a que celebremos su nacimiento, regando con vino y alegría este acierto de Manuel Llorens y de la Fundación para la Cultura Urbana, llamado Terapia para el Emperador.
Gracias.
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Presentación de Terapia para El Emperador (Fundación para la Cultura Urbana, 2007), de Manuel Llorens.
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